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viernes, noviembre 11, 2005

Diez mandamientos


  1. Amarás a Cortázar sobre todas las cosas.
  2. No tomarás el nombre de un escritor en vano.
  3. Santificarás tus lecturas.
  4. Honrarás a tu pluma y a tu cuaderno.
  5. No plagiarás.
  6. No escribirás Best Sellers.
  7. No robarás una idea para un libro.
  8. No dejarás de fabular ni un solo día.
  9. No consentirás el desánimo ni la pereza.
  10. No codiciarás las novelas ajenas, salvo que sean excepcionalmente buenas.


martes, mayo 10, 2005

Gustavo Letelier


Después de suspirar profundamente, Gustavo Letelier se encontraba más tranquilo. Estaba ya en condiciones de ponerse a escribir. Desenroscó la pluma para cerciorarse de que ésta tuviera tinta suficiente para las muchas horas que tenía pensado pasar escribiendo: no podría perdonarse que una fatalidad vestida de cartucho seco le hiciera interrumpir la compleja construcción de una frase que debía ser, a todas luces, magistral.

Se pasó la mano por la nuca intentando aplacar el leve dolor que ahora comenzaba y que le podría distraer a lo largo de las horas de escritura que le aguardaban. El dolor de nuca desapareció. Todo estaba dispuesto ya para que la creatividad le inundara por completo y se derramara a borbotones sobre el papel impoluto.

Cogió la pluma. Quitó el capuchón con delicadeza y lo dejó al lado del papel. Se dio cuenta de que no estaba paralelo a los bordes del papel y corrigió su posición hasta conseguir una razonable “paralelidad” entre ambos objetos. Pensó en esa palabra, paralelidad. “No existe”, se dijo. Y le sobrevino un pensamiento que le pareció genial: “podría escribir un texto con palabras inventadas pero cuya conjunción de sonidos recuerde a un idioma real”. Al instante la sonrisa se le cayó de la cara. “Ya lo hizo Cortázar en Rayuela”. Se levantó de la silla de un salto, nervioso. Encendió un cigarrillo y, envuelto en humo, paseó por la estrecha habitación. De pronto se dio cuenta de que el cartapacio no estaba alineado geométricamente con los bordes gastados del escritorio. Con un dedo, lo movió levemente. Esta corrección le obligó a modificar la orientación de los folios en blanco que reposaban encima del cartapacio, y por tanto también le obligó a mover de nuevo el capuchón de la pluma para que estuviera en perfecta paralelidad (la ocurrencia le hizo sonreír) con los bordes del papel. Todo en perfecta geometría; estéril, pero geometría al fin y al cabo.

Apagó el cigarrillo en un cenicero repleto de colillas y volvió a pasear. Se paró en seco porque había empezado a barruntar algo en su cabeza. Poco a poco la idea fue tomando forma. Se abalanzó sobre el escritorio, tomó la pluma y, con un gesto de felicidad en la cara, comenzó a escribir:

Después de suspirar profundamente, Gustavo Letelier se encontraba más tranquilo. Estaba ya en condiciones de ponerse a escribir. Desenroscó la pluma para cerciorarse de que ésta tuviera tinta suficiente...


lunes, abril 25, 2005

Discusión de lo más barriobajera


Don Héctor Tamarón de la Mora atravesó el pórtico de piedra y respiró el aire limpio de la tarde. Acababa de impartir una clase magistral merecedora de prolongados aplausos por un alumnado agradecido. Con el pecho henchido de satisfacción, se montó en su coche. Pero antes de ponerlo en marcha, un automóvil le embistió por detrás. Era el automóvil de Don Santiago García de Cortázar, insigne catedrático de Lingüística Aplicada y con toda seguridad próximo Decano de la Facultad de Filología Hispánica.

Dado su interés lingüístico, filológico y social, reproducimos aquí el diálogo mantenido por tan eximios catedráticos.

DON HÉCTOR: No puedo negar que su impericia al volante no hace justicia a su encomiable docencia en estas aulas.

DON SANTIAGO: Disculpe usted, Don Héctor. El envite trasero a su automóvil se ha debido más bien a un error de cálculo métrico.

DON HÉCTOR: ¿Cálculo métrico? Me río de su facecia, Don Santiago. Tamaño empellón no he visto en mi anchurosa vida.

DON SANTIAGO: No se ponga usted finústico, Don Héctor...

DON HÉCTOR: ¡Finústico dice el camastrón! Si mis sesos se han pegado al sincipucio y por poco me deja zurumbático perdido.

DON SANTIAGO: Veo que hace usted buen uso de la facundia y las martingalas a las que tiene acostumbrados a sus pupilos.

DON HÉCTOR: No tanto como usted hace uso de trápalas y añagazas más propias de un camandulero que de un aspirante a Decano.

DON SANTIAGO: Ya me habían advertido que usted era un poco zorrocloco y mandilón.

DON HÉCTOR: ...Y usted un gurrumino con pinta de falsario y pisaverde.

DON SANTIAGO: ...habló por fin el estafermo de vesánica prosapia...

DON HÉCTOR: ¡Es usted un bodoque!

DON SANTIAGO: ¡Y usted un gaznápiro!

Don Héctor y Don Santiago llegaron a las manos. Fueron separados por un grupo de estudiantes emporrados que al grito de “¡Haya paz, troncos!” consiguieron desengancharlos.


domingo, abril 24, 2005

El coleccionista de elogios


Fernando Zabaleta coleccionaba elogios. Los guardaba en un álbum protegidos del polvo alfabéticamente numerados. Hasta que un día, por la mañana temprano, una crítica afilada a su obra dirigida le atravesó el corazón. Y murió.


sábado, abril 16, 2005

El quiosco


Cerca de mi casa hay un viejo quiosco de madera pintada de un verde imposible que vende chucherías a los niños y revistas eróticas a los onanistas del barrio.

Dentro de los escasos dos metros cuadrados que componen su lugar de trabajo, y viendo el mundo a través de una ventanilla parcialmente enrejada, como un confesionario de pasiones y azúcar, trabaja un hombre gordo de movimientos perezosos y ojos de vaca: el típico gordo que le gusta que le cabalguen para no moverse ni cuando folla.

Lleva siempre el pelo repeinado, como si eso pudiera arreglar la fealdad insípida de su cara alelada, a punto de caérsele un hilillo de baba de la boca dormida. Era algo así como un gordo prematuro con los vaqueros caídos desliéndole el culo.


domingo, marzo 13, 2005

Poética


¿Por qué arte combinatorio
de líquido espeso y silencio
se genera un poema?


lunes, febrero 21, 2005

Cada día


Hacer la cama es como envolver de nuevo los sueños entre los pliegues de las mantas para que nos esperen cada noche y no escapen y no huyan.


martes, febrero 15, 2005

Lo siento


Lamento la insolencia,
la terquedad de voz desagradable,
el timbre de campana del agravio,
la dura soledad
de una ausencia de abrazos.

Lamento lo ocurrido.
Y lo siento.


viernes, febrero 11, 2005

No entiendo de renuncias


No entiendo de renuncias, yo que tantas veces he renunciado.

No entiendo esos momentos en los que nadie puede consolar un estado de absoluta soledad irremediable, yo que tantas veces me he sentido inconsolablemente solo.

No entiendo de tantas gravedades, yo que he sentido tantas veces la gravedad de lo que con esfuerzo se transforma en viento.

No entiendo qué te pasa, pero lo entiendo tan claramente...


martes, febrero 08, 2005

Tesoros en maletas ajenas


Encontrar una maleta, perdida, abandonada, olvidada, y abrirla esperando encontrar la ropa gastada de personas que no conocemos. Y de pronto encontramos un tesoro, entre sostenes de saldo y blusas que ya no cubrirán ningún cuerpo, un tesoro escondido, soñado, un tesoro que desearíamos nos perteneciera, un manuscrito, una novela camino de un editor que ya no podrá publicarla, la letra pequeña, a veces minúscula que nos habla en voz baja.

¿Cuánto podemos saber de una persona por lo que escribe? ¿Cuánto conocimiento nos cabe en esas horas que vuelan entre páginas que nos van perteneciendo, que van siendo nuestras y de nadie más, y que nos acompañarán el resto de la vida como un susurro, como un aliento?

Un sueño. Desde entonces, miro las maletas ajenas y me pregunto cuál será la mía, la que contiene el tesoro de una noche de lectura y una vida entera de inédita y esperada felicidad.


jueves, febrero 03, 2005

Todos somos la sombra de una gota


Quien más quien menos se ha sentido siempre como la sombra de algo. A veces, somos únicamente la sombra de nosotros mismos.

Esta bitácora que ahora empieza está dedicada a todos aquellos que se han sentido (o quisieran sentirse) como la sombra de una gota suspendida en el pico de un pájaro saciado.


Comienza un blog


Los dedos temblequean sobre el teclado. ¿A dónde llevará esta aventura?